sábado, 27 de febrero de 2010

Quietud y tempestad

El amanecer le trajo una breve sensación de paz. Recordó porqué dormía en el pasto y porqué sus manos estaban manchadas de barro y se sintió intranquilo. Habría cavado lo suficientemente profundo? Que pasaría si la encontraban? No quería volver a la cárcel. A escasos centímetros de la superficie, medio metro a lo sumo, yacía su último amor.

Le resultaba imposible amar y no hacer daño. Era su manera de amar. Enfermo. Todo se le iba de las manos. Su vida, la farsa, encajar. No podía, simplemente fingir no era lo suyo. Ella tenía demasiada vida atrapada en ese cuerpo. Vida que pedía salir, ser libre y volar. Él la ayudó, podría decirse.

Gritos, golpes, fuego, vidrios rotos. Moneda corriente. Amor violento. Quietud y tempestad. Solo ellos lo entendían. Esa mañana trató de asfixiarlo con su almohada, era su manera de decir buenos días. Sus sueños nunca se volverían realidad. Las voces en sus cabezas cantaban letras oscuras pero su corazón estaba lleno de algo que iba más allá. No era amor, el amor no era suficiente para abarcar lo que sentían. Uno ama cuando abraza, cuando protege, cuando besa con los ojos cerrados, cuando puede pasar la eternidad contemplando su rostro, sujetando sus manos, cuando esa persona te eleva por encima del mundo y lo mediocre. Celos enfermizos, fuertes ganas de morder, golpear, sacudir, apretar fuertemente, no contemplar la vida sin la otra persona, necesidad constante de dominar y ser dominado, el mundo, que mundo? No hay mundo, nada que importe más que el otro. Ganas de gritar, llorar, reír, matar, todo al mismo tiempo.

Sus nombres no interesaban, ni los detalles tribales que en otras historias serían fundamentales, acá dan lo mismo...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola!!!
oye esto lo escribes tu?


CaroLina M M