que circo la vida

En el aire se respiraba ese olor a garrapiñadas y algodón de azúcar, el suelo cubierto de aserrín que amortiguaba tus pasos y la muchedumbre que se agolpaba en la entrada para no perderse el show que acababa de comenzar. Luces, color y ese espectáculo grotesco que solo un triste oso amaestrado a golpes montado en un pequeño triciclo podían entretener a la multitud.

La puerta se abre, justo terminabas de retocar el maquillaje, era tu momento, una ultima mirada al espejo para asegurarte que todo estuviera en su lugar, nerviosismo, gritos, silencio y expectación. La casa estaba llena, sus ojos estaban fijos en vos. Con una sonrisa pintada en los labios no te hacía falta sonreír de verdad, o no podías, o te olvidaste como se hacía, no lo recuerdo. Tu número duró lo suficiente como para arrancar un par de aplausos entre los niños. Bajaste del escenario, cerraste la puerta con doble traba ese barrio era bonito de día pero de noche era tierra de nadie. La cena estaba fría arriba de la mesa y la coca cola caliente. Se canso de esperarte y se fue a dormir como la noche anterior. Sabías que a la mañana siguiente te recibiría esa cara de culo a la que tenía acostumbrado para recordarte que no solo bastaba con aguantar todo el día afuera de casa en ese trabajo horrendo sino que a eso había que sumarle sus reproches por llegar tarde después de estar por horas en ese trabajo que tanto odiabas pero te daba de comer todos los días. Le respondiste con tu mejor sonrisa y su malhumor se diluyo, besaste sus párpados y pasaste los dedos por su pelo, era lo que más le gustaba. Miraste el despertador junto a la cama, marcaba las 6, con un dolor en el alma besaste esos labios que antes supieron decir llenos de ternura un te amo y hoy apenas devolvían media sonrisa. Te levantaste, te pusiste el traje, tomaste el portafolio y saliste a escena otra vez, como cada día, con esa sonrisa pintada en la cara y el aserrín amortiguando tus pasos ...